Dragones
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La fortuna de los dragones en el universo artúrico corre paralela no sólo a la que estos fantásticos seres gozaron en los diversos ámbitos de la cultura y la imaginación del Occidente medieval, sino también en las más alejadas y dispares mitologías
La fortuna de los dragones en el universo artúrico corre paralela no sólo a la que estos fantásticos seres gozaron en los diversos ámbitos de la cultura y la imaginación del Occidente medieval, sino también en las más alejadas y dispares mitologías; sin embargo, los dragones que pueblan los espacios de la caballería artúrica poco o nada tienen que ver, desde un punto de vista estrictamente literario, con las figuras de otras tradiciones. Conviene señalar que, a diferencia de lo que podemos observar en los dragones representados por la cultura eclesiástica medieval (que tienen su origen en las glosas al Apocalipsis de San Juan y en el Leviatán de los Salmos), el dragón artúrico —o «laico»— no representaba tanto la imagen del Mal ligada al Diablo, como el justo adversario del héroe, aquel serio obstáculo que debía eliminarse no tanto por su valor alegórico (enemigo de la Iglesia y crisol de todos los vicios) como, ante todo, por su propia funcionalidad guerrera opuesta a la ética cortesana, aunque podemos encontrar algunas excepciones, como el Dragón que aparece en las Prophéties Merlin, directamente asimilado a Satanás. El segundo rasgo que conviene subrayar es la imposibilidad de efectuar una tipología o una descripción física del dragón, ya que los diversos tratamientos y presencias lo hacen, en muchos sentidos, de una polivalencia tal que se escapa a cualquier intento de reducción ejemplificativa, como apuntó J. L. Borges. A continuación van a ser esbozadas algunas de las imágenes más representativas de los dragones en la narrativa artúrica. En primer lugar el dragón strictu sensu del Lancelot en prosa, animal terrorífico de piel impenetrable y fuertes uñas, que lanza fuego por la boca. En el episodio del Valle sin Retorno aparecen dos pares de ellos como guardianes de la prisión dispuesta por Morgana en la que cae todo caballero que no los vence; estos dragones morirán al clavarles una espada en la boca abierta. Una segunda imagen del dragón es la del emblema: algunos personajes son denominados «Caballero del Dragón», como el malvado que, vencido por Perceval en el cerro de Montesclerie, se arrepiente de sus pecados y muere cristianamente, o aquel otro caballero que posee un escudo con una mágica cabeza de dragón que, tras declarar la guerra a Arturo, morirá carbonizado cuando su llameante defensa sea anulada gracias al valor del protagonista de la obra (este caballero no es otro que el Señor del Dragón Ardiente). Este título se le otorga también en varios textos a Segurant y a su tío Branor, ya que se les relaciona con la búsqueda de un dragón. En estos casos parece claro un cruce entre los dos significados del término ‘dragón’, que designa tanto al animal, fabuloso, como al ‘estandarte’.