Mar

Author
Carlos Alvar
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El mar no es uno de los escenarios principales de la materia artúrica. A decir verdad se trata de un espacio de paso, meramente transicional, que funciona en la economía narrativa del género conectando ocasionalmente aventuras y personajes. Los viajes marinos suelen consignarse en estas obras con el simple apunte de su realización: «Cabalgaron hasta el mar; lo cruzaron y llegaron a Gran Bretaña»; o «los compañeros se armaron y se hicieron a la mar, y tuvieron buen viento favorable y llegaron a puerto bastante pronto».

El mar no es uno de los escenarios principales de la materia artúrica. A decir verdad se trata de un espacio de paso, meramente transicional, que funciona en la economía narrativa del género conectando ocasionalmente aventuras y personajes. Los viajes marinos suelen consignarse en estas obras con el simple apunte de su realización: «Cabalgaron hasta el mar; lo cruzaron y llegaron a Gran Bretaña»; o «los compañeros se armaron y se hicieron a la mar, y tuvieron buen viento favorable y llegaron a puerto bastante pronto». El marinero es, por esta razón, un personaje raro en la novela artúrica y su medio, el mar, un espacio extraño, temido por desconocido y hasta inaccesible: se viaja rápido al surcarlo pero, a cambio, la travesía se vive como una aventura peligrosa. Así, cuando Meraugís y Galván escapan en barco de la Isla sin Nombre no se atreven a adentrarse en alta mar, sino que bordean la costa hasta encontrar un país favorable. Frecuentemente el mar que conocen los caballeros artúricos se configura como apenas un brazo de agua que encierra un lugar maravilloso, cercano a tierra firme, una ciudad, un castillo, una isla mágica: la Isla de Oro, la Isla sin Nombre, etc. En términos parecidos, el Castillo del Grial se sitúa, en una de las versiones de la historia de Perceval, mar adentro y se accede a él por una avenida cubierta por las ramas entrelazadas de los cipreses, pinos y laureles que crecen a ambos lados, al tiempo que un mar embravecido y un viento tempestuoso sacude los árboles. Un sentido similar tiene, también, en la leyenda tristaniana, Irlanda, tierra de gigantes y dragones, respecto a la corte del rey Marco en Cornualles, pues aquí el mar no sólo ejerce su función transicional, expresada en los continuos viajes entre ambos países, sino que alcanza un protagonismo mayor al suceder durante una travesía marítima el episodio fundamental del filtro mágico, que ocasiona la tragedia amorosa de Tristán e Iseo. Este tipo de viajes por mar podrían estar relacionados con el motivo de la navegación al Otro Mundo, o imrama, de la literatura céltica. A esta misma fuente cabría imputar varias naves habitualmente no tripuladas que surcan el mar en la novelística artúrica, ya que además de expresar el sentido transicional de este espacio —suelen preceder o suscitar nuevas aventuras—, poseen una carga simbólica que apunta claramente a la muerte y al mundo escatológico: la nave de Salomón, la que conduce a Carlión el cadáver de Raguidel, la del moribundo Arturo con rumbo a Avalón o aquella en que Tristán, herido por la ponzoñosa flecha del Morholt, es llevado a la deriva hasta Irlanda. Ya fuera de la maravilla, el mar ve también cómo se arman grandes flotas para proceder a asedios e invasiones: diez mil hombres de Arturo cruzan el canal de la Mancha para guerrear contra Claudás y sus aliados romanos (repárese, por cierto, que para muchos de ellos el continente es una tierra desconocida que no habían visto antes). El mismo viaje, pero en sentido inverso, realizan el joven Lanzarote y la Dama de Lago para trasladarse a la Bretaña insular o Gran Bretaña, donde aquél desea que Arturo lo invista como caballero.