Tras la partida de Arturo hacia Avalón, Merlín relata a Blaise los acontecimientos que han puesto fin a los días de la Mesa Redonda para que los ponga por escrito. Luego, siguiendo la voluntad de Dios, se retira a vivir hasta el fin de los tiempos a un habitáculo que él mismo construye junto a la casa de Blaise, cerca de un bosque. Recluido allí, Merlín se dedicará exclusivamente en adelante a la actividad profética, y cuantos vean su morada, dice, la llamarán la Muda de Merlín jugando con el término muda ‘lugar para que cambien de pluma las aves de caza’. Bien distinta es la tradición que describe la muda como una gran roca, altísima y escarpada, del todo inaccesible, perennemente verde por la hiedra que la cubre y en cuya cima doce doncellas conversan al pie de un laurel siempre sobre el futuro. Tanto Meraugís como Eliezer, el escudero de Galván, acuden al lugar solicitando nuevas de éste, ausente de la corte desde largo tiempo y que se halla en la Ciudad sin Nombre, de la que nadie ha regresado jamás y de la que la Muda parece ser la etapa previa a su acceso. Las doncellas, en actitud arisca, ofrecen a regañadientes enigmáticas indicaciones a Meraugís y callan desdeñosamente, sin más, ante la petición de Eliezer. Este, por otra parte, se ve acometido por un caballero que se presenta como el guardián de la Muda e intenta arrebatarle, sin conseguirlo, sus armas y sus monturas, una de las cuales es Gringalet, el veloz caballo de Galván, que le permite huir del lugar. Salvo en el genitivo del topónimo, ningún texto hace mención de la presencia del personaje de Merlín en este episodio.