Caballeros

Author
Carlos Alvar
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El mundo artúrico se describe, esencialmente, como una sociedad de caballeros.

El mundo artúrico se describe, esencialmente, como una sociedad de caballeros. Agrupados física y espiritualmente en torno al rey, constituyen una suerte de orden militar (la orden de la caballería, según reza el título de un tratado francés del siglo XIII) y su itinerario existencial se explica a partir de sus idas y venidas de la corte real. Los caballeros de la narración cortés son el resultado de la idealización de los guerreros feudales operada en la segunda mitad del siglo XII, con el objeto de controlar una clase social armada y desestabilizadora y reconducir sus fuerzas en favor de los nuevos núcleos de concentración del poder político (principados y monarquías restauradas). Por ello estas novelas se convierten en ejemplos acabados del modelo de comportamiento caballeresco que deben seguir los revoltosos bachilleres sin tierra que andan de torneo en torneo a la búsqueda de fortuna. Movido por las cuatro virtudes de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, el caballero artúrico está comprometido en la salvaguarda fiel del orden social cuyo símbolo y garante superior es el rey. Esta tarea se materializa en la defensa de los débiles y los desamparados (por lo general doncellas, viudas y huérfanos, pero también caballeros sometidos) frente a quienes pretenden alterar ese orden, apoderándose de las tierras o riquezas que tales víctimas suelen tener pero que no pueden mantener por ellas mismas. La superioridad que permite que el caballero imponga la fuerza justiciera de la ley se cifra en la posesión del caballo que está en la raíz de su nombre y del que sólo puede disponer una persona de condición social pudiente. Igual distinción expresan el arnés guerrero (compuesto de espada, escudo, lanza, yelmo, loriga y calzas de hierro) y su complejo y codificado empleo. En efecto, además del pequeño ritual de la investidura del caballero, expresado en el gesto de la espada que golpea sus hombros, la misma actividad bélica desempeñada en numerosos torneos y duelos singulares encierra reglas y formas propias de clase. Así, por ejemplo, la lanza no es para el caballero un arma arrojadiza, como la jabalina de los rústicos, sino que sirve para embestir horizontalmente al contrincante en una justa. Tales combates, minuciosamente descritos, llenan páginas y páginas de la narrativa artúrica. En las primeras obras del género (Chrétien de Troyes y seguidores de su estilo), el ejercicio de la caballería conjuga elementos de procedencia diversa, tanto laicos como religiosos, bien de índole profesional, bien cultural. Conceder merced al adversario que se entrega, por ejemplo, responde a la moral utilitaria de la clase caballeresca (un enemigo vencido puede convertirse en un aliado fiel), pero la Iglesia deja sentir también su influencia a través de las virtudes cardinales antes mencionadas o en la justificación fundamental que concede al orden existente y a la función social, en él, de la caballería (servir al rey es servir a Dios). Por ello no es extraño que los caballeros acudan a misa por la mañana o se detengan a orar si encuentran una capilla en su camino. A todo esto hay que añadir el peso decisivo de la cultura cortés, que humaniza la figura del guerrero haciendo que su vigor bélico sea inspirado por el sentimiento del amor. La imagen emblemática del llamado topos cortés, que se encuentra ya en la Historia Regum Britanniae, de Geoffrey de Monmouth, y que se repetirá una y otra vez en la novelística de los siglos XII y XIII, muestra a los caballeros luchando ante sus damas, que los observan desde los muros creando una corriente de simpatía que enardece la fuerza de los combatientes. No otra es la causa de la afortunada reacción del malherido y exhausto Lanzarote en su combate contra Meleagant en Gorre, al percatarse de que su amada Ginebra sufre observándolo desde una ventana. Responden a esta identificación de amor y caballería sobrenombres como el de Caballero de las Doncellas, atribuido a Galván y a Guirón, o la constitución de compañías de caballeros al servicio de una dama (véase s. v. Caballeros de la Reina). El relato biográfico del caballero que gana mérito ante su dama y sus tierras a través de las aventuras que halla en su errancia fuera de la corte, característico de esta primera etapa, se complica hacia 1200 y en adelante con una marcada cristianización de los contenidos novelescos. El servicio a la dama y al rey queda relegado a un segundo plano ante la búsqueda trascendental del Grial. La caballería, como colectivo, se convierte ahora en instrumento de la materialización en la tierra del mensaje divino, en milicia de Cristo. Así, el caballero destinado a cumplir el sagrado misterio del Grial debe ser puro y casto (el virginal Galaz). Malory interpretará esta pureza en su rigor extremo: su Galahad entiende la satisfacción amorosa como un obstáculo para su alto llamado. La identidad social del caballero, su fama como tal, puesta en juego en el cumplimiento de aventuras y combates, se expresa a menudo, sobre todo en los romans franceses en verso en la posesión del nombre, cuyo destino va ligado al proceso azaroso de las caballerías. Tenemos, pues, caballeros que, habiendo fallado en sus obligaciones, se ven enajenados del nombre (se habla literalmente de la pérdida del nombre de Galván) y reciben un sobrenombre que los identificará provisionalmente hasta la recuperación de aquél (Yvaín/Caballero del León; Galván/el Sin Nombre). Otras veces, la resolución de una aventura fundamental revela por primera vez el nombre del caballero (Caballero de la Carreta/Lanzarote; Bello Desconocido/Guinglaín). El cambio de nombre indica siempre una nueva etapa, como cuando Perlesvaus rebautiza al Caballero Cobarde, que lo ha auxiliado bravamente en una aventura, como el Caballero Atrevido. Pero también el color de las armas puede denunciar la identidad o la cualidad esencial del caballero. El color rojo, según los celtistas, alude a un vigor guerrero enorme, que alcanza su clímax a mediodía y decrece después: son los llamados caballeros solares, que Loomis emparenta con el dios de la muerte de los celtas, el Sol, que se representaba con el rojo (R. S. Loomis, Arthurian Tradition, pp. 165 y ss.). Los caballeros negros son, por lo común, perversos (aunque el negro puede ser signo de duelo y de venganza, como en el caso del Caballero de la Cota Mal Cortada), ya que utilizan su fuerza para fines no corteses. En este bando de los caballeros malvados se encuentran los que atentan contra las reglas y virtudes antes mencionadas: devastan regiones, secuestran y someten a sus víctimas a costumbres ominosas, actúan como salteadores de caminos o desdeñan el combate singular lanzándose en grupo contra un solo caballero.