Seguidor de José de Arimatea, forma parte de una familia de trece hermanos, aunque es el menos creyente de todos ellos. Desconfiando de la protección de Dios, no se atreve a cruzar el río Celice junto a sus doce hermanos, que se han unido a la expedición cristiana guiada por Josefés. Unos barqueros lo admiten en su embarcación, pero ésta naufraga por obra de Dios. Por su maldad le niegan el derecho a alimentarse del Grial, por lo que, airado con sus hermanos, a quienes culpa de sus males, los asesina. Juzgado por los expedicionarios, se arrepiente y es condenado a ser sepultado vivo, rodeado de las tumbas de sus hermanos, que son enterrados junto con sus espadas. Al día siguiente las espadas se yerguen maravillosamente apuntando a lo alto y el sepulcro de Canaam empieza a arder, suplicio que no cesará hasta el día en que Lanzarote llegue al lugar y libere al penitente. El tipo del pecador cobarde, que naufraga siguiendo a los cristianos que acuden a Bretaña y que es condenado por sus crímenes a una larguísima tortura de fuego, de la que sólo podrá liberarlo un caballero elegido, se encuentra también en los personajes de Moisés y de su padre, Symeu.