Enanos
Categoría
Numerosos enanos pueblan las páginas de la novelística artúrica, constituyendo una porción notable de su galería de secundarios
Numerosos enanos pueblan las páginas de la novelística artúrica, constituyendo una porción notable de su galería de secundarios. Siendo, en palabras de Juan Eduardo Cirlot, seres de inocente carácter maléfico, los enanos, en tanto que personajes de extracción mitológica o folclórica, se caracterizan por una fundamental ambivalencia. Vinculándolos a los muertos y a las nociones que van emparejadas con ellos en las creencias paganas —la fecundidad y la fertilidad—, Claude Lecouteux ha penetrado en esa encrucijada para distinguir en la mitología entre enanos propiamente dichos y elfos, reservando a los primeros el componente maligno y destacando el valor de geniecillos benéficos de los segundos. Este sustrato legendario ancestral, combatido por la Iglesia, muy probablemente se haya transmitido a la narrativa artúrica, como sucede con otros motivos, a través de la cultura céltica (Harward, Loomis) y tal vez, también, de la germánica (Lecouteux), sin que pueda descartarse, sin embargo, alguna clara influencia de la tradición de relatos sobre los pigmeos y los antípodas de la Antigüedad clásica, ajenos a esa transmisión cultural. Pero la racionalización a que son sometidos habitualmente los motivos folclóricos en el género al que prestamos nuestra atención permite entrever pocos detalles de su preexistencia, salvo contadas excepciones como la carreta de la infamia conducida por un horrible enano (Lanc, Char), ocasionalmente emparentada con el carro de la Muerte (Frappier, Lecouteux). Sea como sea, la condición ambivalente mencionada se revela aún efectiva para el establecimiento de una tipología del enano en la novelística artúrica, pues una primera y elemental clasificación nos conduce a distinguir entre unos personajes corteses, positivos y bondadosos, frente a otros de configuración repulsiva y que actúan de manera señaladamente maligna, externos al espacio cortesano. Por tomar dos ejemplos notorios y cercanos entre sí, puesto que aparecen en una misma novela —Erec et Enide, de Chrétien de Troyes, un clásico y la primera pieza del género en que hallamos enanos—, aludamos al que aparece en el episodio de la cacería del ciervo blanco, por un lado, y al rey Guivret, el Pequeño, por otro. El primer personaje es de bajo origen, monta un simple rocín y va armado con un látigo. Es tachado reiteradamente de felón por el narrador y sus acciones son claramente traicioneras y descorteses: agrede a la doncella de la reina Ginebra y al caballero Erec, que está desarmado. Guivret, por su parte, que acabará siendo compañero de armas y amigo de Erec, es un noble rico y poderoso, temido por sus vecinos, y ostenta el título de rey de los irlandeses. Monta un caballo destrero alazán con una silla de leones de oro y va armado completamente como corresponde a un caballero. Su actitud es cortés, generosa y valiente en todo momento, destacando la hospitalidad que dispensa a Erec y el ofrecimiento de sus dos hermanas para que le sirvan y atiendan durante la convalecencia de sus heridas. Nada distingue a Guivret de cualquier otro caballero salvo su pequeña talla. Parece pertinente consignar, además, que los enanos corteses como él tienen, por lo general, nombre propio y epíteto: Kehedín el Pequeño, Groadaín el Enano, Calcas el Pequeño, Tristán el Enano, etc., mientras que se suele referir impersonalmente a los del segundo tipo, violentos y crueles, como un «enano», sin más, resaltándose así su condición extraña y diferente de los personajes nobles con quienes tratan. Por otra parte, se alude en alguna ocasión a sociedades compuestas verosímilmente sólo por enanos, como en el caso de las Antípodas, gobernadas por el rey Bilis, que tiene soberanía sobre otros reyes enanos como Gribalo y Glodoalán. Rey de quinientos caballeros es asimismo el enano con que se encuentra Galván en el Roman van Lancelot neerlandés y que, como muestra de sus poderes, le sopla sobre el rostro convirtiéndolo en un enano a la vez que él se metamorfosea tomando la talla del héroe, en episodio que recuerda el encuentro de Galván y el enano al final de la Continuación de la Historia de Merlín de la Vulgata. Dentro del tipo de los enanos corteses, señalemos, en fin, además de los que son caballeros y señores, como los ya mencionados, aquellos que forman parte del servicio de los nobles, frecuentes también en el género artúrico. Al respecto, el narrador de Tristan en prosa, tras contar que Mabón obsequia a Tristán e Iseo con un escudero y un enano, consigna que en tiempos del rey Arturo nadie tenía enanos en su cortejo a no ser que fuera de muy alto linaje, puesto que se le podía tomar por loco e ignorante, observación que remite nuevamente a la ambivalencia del personaje. En resumen, la condición social, el armamento, la práctica o el rechazo de la cortesía y la posesión o carencia de un nombre permiten diferenciar ostensiblemente estos dos tipos de enanos, lo que no obsta para que puedan señalarse ocasionales matices discordantes de esta pauta general. Además, si pasamos del campo de la tipología al de la estructura de la novela, resulta conveniente señalar que no pocos enanos desempeñan una función indiciaria respecto al desarrollo y evolución de los acontecimientos narrados. Así, a menudo, un enano advierte a un caballero de los peligros de una aventura, o bien le ofrece información al respecto, o le acoge durante una parada en su andadura, previa a un acontecimiento nuevo, o una afrenta sufrida por él desencadena la intervención del caballero. Un ejemplo excelente se da en Meraugis de Portlesguez, donde las diversas apariciones de un enano van señalando, respectivamente, todas las aventuras del caballero durante la primera parte de la novela, desde la salida de la corte para rescatar a Galván hasta la llegada a la Isla sin Nombre, donde éste se halla preso. Esta función indiciaria no es exclusiva de los enanos, pues la comparten con villanos, sirvientes y otros personajes secundarios, habitualmente de baja extracción. Los enanos perviven en las obras castellanas, como el Amadís, donde aparecen personajes como Ardián, que llega a ser maestresala después de haber realizado diversos servicios.