Es la espada con la que José de Arimatea fue herido en el muslo. Durante su predicación en Gran Bretaña, entonces tierra de infieles, José se ofrece a curar a Matregrant, un sarraceno señor del Castillo de la Roca, cerca del bosque de Brocelianda, que padece una herida incurable en la cabeza. Al entrar José en el castillo, un león se lanza sobre Argón, el hermano de Matregrant, que acompaña a José, y lo mata. El senescal del castillo, rabioso, manda apresar al profeta y le clava profundamente su espada en el muslo hasta el hueso, pero al sacarla la hoja se quiebra y la mitad queda dentro del muslo de José. Luego, éste obra el milagro de resucitar a Argón y, sirviéndose del puño y el puente de la espada rota, hace la señal de la cruz sobre la herida de Matregrant, que sana al instante. Después extrae el trozo de espada alojado en su muslo y, sorprendentemente, no brota ni una gota de sangre y la hoja permanece brillante y tan blanca como si no hubiera estado clavada nunca en cuerpo alguno. En ese momento, José profetiza que solamente aquel que está destinado a culminar las altas aventuras del Grial conseguirá soldar las dos partes. Matregrant, Argón y su gente abrazan la fe cristiana y guardan con celo y afecto la espada. Siglos después, en tiempos de Arturo, Eliezer, el hijo del Rey Pescador, logra conquistarla con gran esfuerzo a los descendientes de Matregrant y se pone a la busca de quien pueda unir las dos partes de la espada, cuya punta sigue sangrando sin cesar. Varios caballeros, como Héctor de Mares, Yvaín, hijo de Urién, Guerrehet, Galván, Perceval y Boores el Desterrado intentan en vano efectuar el prodigio. Será, en fin, Galaz, el Caballero Escogido, quien, antes de contemplar los misterios del Grial, tome las dos piezas y las ajuste uniéndolas de tal manera que resulta imposible apreciar que la espada estuvo rota. Ya reconstituida, es entregada a Boores por su condición de buen caballero y sensato.