Padre de Moisés y pariente de José de Arimatea. Intenta embarcar con su hijo en la nave que conduce milagrosamente a José y a sus fieles a Bretaña, pero ambos caen al agua y deben regresar a nado a la costa, aunque consiguen llegar al fin a Bretaña con el cortejo de Nascién. Es rechazado de la mesa del Grial y, despechado por haberle sido negado el sustento del sagrado recipiente, y olvidando que el origen de todas sus desdichas es su propia conducta, hace culpable a su primo Perrón de todo lo que le ha ocurrido e intenta matarlo, causándole graves heridas. Unas figuras envueltas en fuego impiden que reciba la muerte a la que ha sido condenado, pero lo entregan a un suplicio lento y casi eterno: Symeu yacerá a partir de entonces entre torturas en una tumba ardiente, y sólo podrá ser redimido por Galaz, el Caballero Escogido, que nunca fue víctima de la llama de la lujuria. Symeu —al contrario que su hijo Moisés— no podrá recibir el alivio de la lluvia refrescante. Lanzarote, en una de sus aventuras, se encuentra con la tumba de Symeu, pero no será capaz de redimirlo de sus penas, por más que lo intente, debido a su relación con la reina Ginebra. Galaz llega a la abadía en la que se encuentra la tumba ardiente de Symeu, y con sus plegarias apagará las llamas que atormentaban al pecador. Symeu suplicará a Galaz que redima también a su hijo Moisés, que sufre un suplicio similar en una tumba vecina.