Uno de los personajes más relevantes del Amadís de Gaula, cuyo interés estriba en el doble papel que desempeña como maga y salvaguarda de los protagonistas, a la vez que en su propia singularidad. Sus apariciones, navegando en la fantástica Gran Serpiente y, en ocasiones, bajo un físico nuevo que transfigura a voluntad; sus profecías, cuya formulación intrincada glosa tras su cumplimiento, además de la perplejidad que sigue a cada vaticinio, explican la aureola de misterio que envuelve siempre sus intervenciones. Mantiene una relación estrecha tanto con Amadís como con su hijo Esplandián, desde que, siendo aún niños, revela la gloria que les aguarda. Asimismo, se sirve de sus hechizos para proteger a Amadís de Arcaláus el Encantador, mago enemigo; sin embargo, recurre a él en demanda de ayuda cuando necesita de su pericia en asuntos de índole amorosa y el poder de la magia resulta insuficiente. A veces se convierte en protagonista de la narración, no sólo en los pasajes en que las profecías constituyen el centro de interés, sino también cuando concede armas a los personajes principales, ya sea con motivo de un combate señalado o para recibir la caballería con ellas; es el caso de la investidura de Esplandián, de cuya compleja ceremonia es la artífice principal. En las Sergas de Esplandián, la relación con otros personajes es ineludible, así el éxito del rescate del hijo del emperador de Roma se debe, en parte, al socorro de dos caballeros. Más aún, de no ser por Esplandián, entre otros, hubiera muerto estrangulada por la infanta Melia, una hechicera de mayor poderío, como demuestra la ocasión en que, por voluntad de ésta, Urganda es arrebatada por dos dragones que descienden del cielo y encarcelada con fuertes conjuros que es incapaz de romper. De nuevo queda en libertad por la intervención de Esplandián, tras lo cual se retira a la Insola no Hallada, de la que es dueña, y donde permanece hasta que conoce por sus artes que la muerte de los caballeros principales está próxima; entonces los reúne en la Insola Firme y, allí, después de devolverles la juventud, habrán de quedar encantados hasta que, a la vez que dé fin al hechizo de Arturo de Bretaña, la abandonen para restituir a la Cristiandad lo que sus reyes hayan perdido.